lunes, 12 de noviembre de 2007

Un Día de Furia


La película presenta la tensión y frustración que diariamente se apodera de mí en esta inmensa ciudad. Si bien las escenas muestran una ciudad mucho más al norte que la mía, cada vez me identifico más con el personaje.




El Oso siempre ha sido un tipo pacífico. Le gusta hablar, siempre ha sido hablador. Difícilmente lo he visto inmiscuido en una pelea, a menos que sea en el papel de referee. Pero como en la película la vida da un giro repentino en cuestión de segundos. Un coche comienza a acosarlo: rebases apresurados...lo veo venir; luces altas...se acerca; - Corre maldito Oso, corre! Pero difícilmente un carro chico con 30 mil kilómetros superará a un BMW que al parecer acaba de salir de la agencia. Diez segundos más y el encuentro será inminente.




El Oso piensa en las miles de posibilidades que se le presentarán al momento de confrontar a su perseguidor. La primera simplemente correr -aunque probablemente no llegaría muy lejos-, la segunda y más cobarde -aunque quizás la más inteligente- pedir el auxilio de algún cerdo de azul, la tercera tomar la llave de cruz abajo del asiento y salir amenazante a enfrentar el peligro, la última quizás batirse puño a puño con el dueño del BMW.




Es cuestión de segundos y las luces parecen cada vez más grandes. El BMW ya está atrás del carro mediano. El Oso comienza a escuchar las amenazas y la sarta de mentadas de madre a las que se ha hecho acreedor; aprende algunas nuevas e intenta cambiar su carril. El BMW intuye el movimiento y cierra el paso a aquel automóvil mediano color plata. Sale del coche más grande un tipo de traje soltando palabras que el Oso ha dejado de comprender, sólo espera su desenlace.




La decisión ha sido tomada. Aplicaría la defensa frente a frente. Riesgoso sí, pero más honorable. Recibe el primer golpe en la cien y alcanza a responder golpeando la nariz de su agresor. Sólo siente que la cabeza le da vueltas e intenta regresar al campo de batalla que su mente nunca debió haber abandonado, ahora está en total desventaja. Alcanza a encauzar los ojos y nota que su contrincante también ha sufrido el impacto. Repentinamente se siente valiente, que puede lanzar una nueva agresión con mejores posibilidades de resultar ganador.




Desgraciadamente la segunda opción se hace presente. Los pitos de los de azul se escuchan de manera ensordecedora. Los carros no dejan de pasar, pero los policías han logrado controlar a una señora que alega tener prisa debido a su cita de pedicure. "Un momento" le dice el policía. Acto seguido somos libres. Podemos ir a culminar nuestras actividades vespertinas sin que el BMW nos persiga.




El camino de vuelta a la casa no pasa de los 10 minutos, pero la plática con el Oso pareciera haber repetido la misma historia durante una hora. Está excitado, emocionado, y me doy cuenta de que el Oso ha sido presa de lo que William Foster marcó como Un día de Furia.

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